Presuposición e implicatura

La pasada Semana Santa interrumpí mi animada conversación con un gran amigo para pedirle fuego a uno de los dos barrenderos que pasaban por allí. Como el primero me contestó que no, le pregunté al compañero, y este, que tampoco tenía, el lugar de contestarme yo tampoco, sus conocimientos de la lengua española le hicieron responder: yo también.
Creo que este es un buen ejemplo para comenzar a hablar del concepto de presuposición a aquellos que no conozcan el significado de esta palabra. Parece claro por tanto que por presuposición se entiende aquella información en la que la proposición del enunciado se apoya. En el caso arriba señalado, el enunciado yo, también se apoya en la presuposición de no tener fuego, que por ser negativa requeriría la palabra tampoco, en lugar de la de también, regla que el hablante no nativo todavía no había adquirido.
La presuposición es uno de los temas predilectos de la Pragmática pero, sin embargo, no es la única disciplina que la toma como objeto de estudio. Respecto de la presuposición existen dos grandes debates. El primero de ellos gira en torno a su naturaleza gramatical; el segundo, en torno a su naturaleza semántica o pragmática. Respecto del primero, Chomsky ya se posicionó en su día diciendo que la presuposición formaba parte de la sintaxis ya que es necesaria para aclarar asuntos que él considera de naturaleza sintáctica como, por ejemplo, la elipsis . La semántica lógica, por su parte, considera que es a ella a quien les corresponde estudiar este concepto y su realización en la lengua, ya que esta información ni es de naturaleza contextual ni depende del hablante. Así por ejemplo, en el famoso y citadísimo ejemplo de Frege: El rey de Francia es calvo, se presupone que Francia tiene rey, sin recurrir al contexto. Sin embargo, y ya para terminar, la Pragmática considera que la presuposición también es su responsabilidad ya que hay inferencias que sí se basan en el contexto y en la posición del hablante respecto de lo enunciado, que serían aquellas que se basaran en aquellos conocimientos de naturaleza cultural o social y no en la información gramatical que se acaba de recibir, la cual se va archivando a medida que se va recibiendo y que tiene consecuencias en la gramática de los enunciados que vienen después, como el caso de la elipsis en el ejemplo de yo, también.
Para terminar con el tema de la presuposición, me gustaría hacer solamente un último comentario en torno al tratamiento que se le da en los estudios que he consultado al respecto. En ellos, las presuposiciones son representadas gráficamente en términos de proposiciones lógicas, y sus estudiosos dan por supuesto que de hecho las presuposiciones son proposiciones lógicas, cuando todavía desconocemos empíricamente qué forma de representación mental tiene el conocimiento inferido, tanto el presupuesto como el implicado, del cual pasaremos a hablar a continuación.
Si la presuposición podría definirse como una inferencia que funciona hacia atrás, la implicatura se puede definir como una inferencia que funciona hacia adelante. Un ejemplo de implicatura lo tenemos en el caso que mencionamos más arriba sobre las diferentes conclusiones que se pueden obtener de enunciados del tipo Es pobre pero honrado: me casaré con él; Es honrado pero pobre, no me casaré con él.
Para terminar este apartado me gustaría volver a la cuestión de la predictibilidad de las inferencias. Tanto de aquellas que funcionan hacia atrás (presuposición) como las que funcionan hacia adelante (implicatura). ¿Cómo es posible que infiramos cosas que no están dichas claramente y que la mayoría de las veces, aunque no todas, acertemos? A pesar de que desarrollaremos más esta reflexión en el capítulo dedicado a la Inteligencia Artificial, me gustaría ya adelantar que tal y como ha señalado Morgan (en ) los mecanismos inferenciales pueden sufrir procesos de institucionalización, es lo que Morgan llama, recurriendo a una metáfora biológica, implicaturas cortocircuitadas, esto es, dinámicas de pensamiento o, como a mí me gusta llamarlas, rutas neuronales tan trilladas que se vuelven evidentes, tan evidentes que no hace falta explicitarlas. El perdona pero no quise decir eso, por ejemplo, es una fórmula que en muchos casos se usa para atenuar estas inferencias convencionalizadas cuya institucionalización escapa a nuestro control y uso individual de la lengua.
Para ilustrar esto último, me gustaría incluir el magnífico ejemplo que G. Reyes incluye en su manual de Pragmática para explicar el concepto de Pragmática:

Porque te quiero mucho dijo Ludmilla, y por una de esas astucias del idioma el mucho le quitaba casi toda la fuerza al quiero.

Julio Cortázar, Libro de Manuel, 1973, pag. 94. en

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